domingo, 27 de febrero de 2011

La estrepitosa ráfaga de granizo que caía agresivamente contra el cristal de mi ventana me despertó de golpe. Me levanté abrumado, sentía que la habitación entera se iba a desmoronar a mi alrededor a causa de la tormenta. Miré el reloj: las nueve y cinco. Me extrañaba que aún no hubiera llegado a casa, pero eso me daba más tiempo de acabar con los preparativos.  
Salté de la cama y puse la mesa, ubiqué las velas lo mejor que pude. La sala lucía como las de aquellas películas cursis: había platos italianos, candelabros y pétalos de rosa, lo que le daba un aspecto bastante lujurioso. Saqué el vino tinto de la nevera y dejando la habitación como ella siempre había querido encontrarla alisté mi smoking y me apresuré a tomar una ducha. El que hubieran pasado quince años no implicaba que no pudiera sorprenderla luciendo radiante, como antes.
La percusión del granizo sobre la ventana, el silbido de las gotas de agua saliendo del grifo para luego impactar como teclas de piano sobre el baldosín y el agitar intempestivo de los truenos… Todo hacía armonía perfecta a la canción improvisada que solfeaba, mientras estregaba mi cuerpo desnudo.
Cerré el grifo para poder afeitarme, no quería que mi barba le tallara. No había terminado de cubrirme las mejillas con la crema cuando escuché el estallido de una bala a las afueras del edificio. Estoy seguro de que se trataba de una bala, pese al granizo, el ruido y la tempestad, fue un disparo lo que yo escuché.
Salí de inmediato, me puse lo primero que encontré y corrí descalzo hacia el balcón. Vi su auto rojo estacionado. Pensé lo peor. Bajé las escalas buscando llegar al primer piso, tenía que comprobarlo yo mismo. Frené en seco cuando la vi: empapada, con su traje de coctel rojo, sus piernas largas todas raspadas y los ojos demacrados. Corrió hacia mí y la recibí en mis brazos. ¡Estaba bien!
Detrás de ella podía ver a los celadores corriendo de un lado a otro y hablando por los radio teléfonos. Parecían alterados. No le di mucha importancia y subí con ella al apartamento.
Ella estaba en un silencio perpetuo, no dijo nada, ni siquiera se percató de la mesa y las velas, entró corriendo y se encerró en el baño. Allí estuvo más de una hora, la lasaña se enfriaba y las velas se derretían mientras la oía quejarse, a lo lejos, como si algo la atormentara. Tocaron la puerta, de su parte no hubo respuesta, así que me aproximé a abrir. Era el portero. - Señor Franco, perdone que lo busque a estas horas de la noche, pero la señora Penélope, del 507, ha sido encontrada sin vida adentro del sauna del edificio. Tengo entendido que ella y su esposa eran muy amigas, y la policía requiere de su ayuda para la investigación del caso. Yo estaba atónito ante la noticia, no me lo podía creer. - Por supuesto que cooperaremos, déjeme hablar con Rossana y bajaremos enseguida, le dije. El portero asintió y se fue.
Apagué las velas que aún sobrevivían y llamé a Rossana. – Ross, debo darte una noticia importante, ábreme la puerta cariño. No hubo respuesta. Me cambié la camiseta por un atuendo más prudente y aún con la prenda en la mano la llamé de nuevo. Ya estaba preocupado de que no respondiera, así que abrí la puerta y la encontré desmayada, con la palma de su mano vendada y algo ensangrentada. Me precipité y en cuanto no supe qué hacer noté que en mi camiseta, justo en la espalda, donde ella había puesto su mano para abrazarme había manchas de sangre. – No puede ser. Había sido ella.
Pasaban los días y Rossana seguía en silencio, aterrorizada. Todas las pruebas apuntaban hacia ella, pero yo estaba seguro de que mi esposa era inocente, ella sería incapaz de hacer tal cosa, así que comencé a investigar, pero todo acababa en lo mismo: ella era la culpable.
Penélope y Rossana trabajaban juntas y eran competencia para asumir un futuro ascenso. Por lo que sospechan, mi esposa, siendo víctima de un ataque de celos laborales citó previamente a Penélope, le dio un tiro en la mandíbula y la arrojó en el sauna del edificio, cubriéndola por completo con formol para librarse de la evidencia. Yo me resistía a creer en esa versión de los hechos, es por eso que callé habiendo encontrado entre su ropa interior una pistola, cuya munición, estoy seguro coincidía con la que hallaron en el cuerpo de Penélope; me deshice de la evidencia para que no la inculparan, supongo que eso me convierte en su cómplice. Además callé en cuanto a la sangre de Rossana en mi camisa y traté de disculpar su silencio diciendo que se había visto demasiado afectada por la muerte de su amiga, lo que por fortuna coincidió con las pruebas psicológicas a las que fue sometida. Aun así, ustedes la tienen en sus manos y no hay testimonio que yo pueda dar para seguirla cubriendo.
- Pido la palabra, su señoría. A favor de la señora Rossana Franco, declaro que la versión de los hechos de este hombre es equivocada. Él dice que se despertó a eso de las nueve y cinco, que había mucho ruido, granizo y truenos. Aquella noche sólo estaba lloviendo. Igualmente sucede con el disparo, la hora de la muerte de la víctima pudo determinarse al fin, pese que el asesino tomó precauciones derramando formol sobre el cuerpo. Y efectivamente, la hora de la muerte, con certeza, fue mucho antes de las nueve cero cinco. ¿Quizá el señor Franco estaba bajo alguna sustancia psicoactiva?
- ¡Protesto! Yo no estaba bajo ninguna sustancia, en mi vida lo he estado.
- Prosigo. El estado en que llegó la señora, fue producto de una caída mediante la cual sufrió algunos raspones en las piernas y una cortada profunda en su mano izquierda, pues iba bastante alterada debido a que previamente había tenido una difícil conversación con mi hermana y llegando al edificio se había encontrado con la trágica noticia. Posiblemente todo esto la hizo colapsar y posteriormente desmayarse en el baño, tal cual afirma el señor Franco.
Siempre sospeché que la señora Franco no tenía nada que ver con el asesinato de mi hermana. Además, mediante fuentes, las cuales me reservo, conseguí un diario, en el que claramente suscita que esa tarde del 21 de noviembre estaba dispuesta a contárselo todo a su amiga, puesto que no podía cargar más con el remordimiento. Esto me llevó a profundizar más en el caso y encontré, en el cuarto útil de los Franco, aquella prenda de la que el señor decía, había encontrado manchas de sangre de su esposa. Las analizamos y hallamos que esas manchas coincidían con la sangre de mi hermana, y no solo eso, la camiseta estaba impregnada de formol, tal como el cadáver.
- ¿Usted qué esta insinuando? ¡Yo no la maté! Es cierto, teníamos una relación clandestina, pero yo sería incapaz de matar a alguien, además esa tarde ni siquiera nos vimos. Yo estaba preparando todo para nuestro aniversario.
- Además de la camiseta, encontramos el revólver y algunas notas con la letra de mi hermana. En la escena del crimen se encontraron rastros de golpes, pero en la autopsia no apareció indicio alguno de traumas cefálicos ni de algún otro tipo, salvo el disparo. Por lo tanto decidimos hacerle una tomografía al señor Franco y encontramos rastro de varios traumas fuertes generados adrede. Por consiguiente, su señoría, me atrevo a acusar al señor Franco como el culpable de la muerte, a pesar de que no recuerde nada de lo sucedido y me permito exonerarle los cargos a mi cliente, la señora Franco. 

domingo, 12 de diciembre de 2010

Morir de Amor

Siempre he dicho que un corazón soñador se muere soñando entre sus propias sábanas ingenuas, entre la magia y las mentiras que ocultan el áspero sabor de la realidad.
Pero qué pasa cuando este corazón es violentado y se parte en dos, tres o cuatrocientos millones… ¿A dónde se van los sueños e ingenuidades?
Siempre me pregunté qué se sentía cuando el corazón se partía… Nunca nadie me dio una respuesta tan real y cruda como la que ahora experimento en carne propia. Algo se te parte en tantos pedazos que ya no los puedes contar, y todos ellos se te esparcen por la totalidad del cuerpo como queriendo escapar de él, con la ilusión de hallar un lugar menos oscuro y desafortunado que el desgraciado que las acapara. Los pulmones se empiezan a contraer tan rápido que ya no sabes si respiras o gimes de dolor; la presión te ahoga, te cohíbe, te obliga a ser un cadáver momentáneo que tiene que mantenerse vivo con la sola voluntad de no caer frustrado ante el amor.
Dentro de ti se mueve una avalancha de sensaciones enemigas, de esas que solo llegan cuando tienes los hilos descuidados y estas maliciosas se apoderan sin piedad de lo poco que queda de ti en ese momento. Ahora dejas de ser el que eras y te conviertes en un esclavo del dolor y el desamor, solo actúas por instinto, y el instinto lo dominan tus ventrílocuas, las maliciosas sensaciones.
Toda tu razón esta anestesiada: No piensas, solo sientes, y sentir sin pensar es peligroso. Cometes locuras, hablas tonterías, pretendes llorar, pero no tienes lágrimas; quieres gritar pero no tienes voz; intentas golpear pero no tienes fuerza. Estás limitado, estas debilitado. Sientes que te falta algo.
Cuando la razón despierta, notas lo patético que fuiste, sientes el vacío que tienes en el pecho, despiertas de una pesadilla, una en la que se te quedó un pedazo de alma, un trozo de cuerpo. Pretendes ser fuerte, pretendes alimentar tu orgullo alentándote a evadir el dolor, con la banal idea de que nadie se ha muerto de amor.
Si se te para el corazón padeces de un infarto: tu sangre deja de bombear y tu cuerpo deja de vivir. Estás clínicamente muerto. Pero… Y si se te parte el corazón en pedacitos y sientes que en él no hay vida ni razón de palpitar… ¿Cómo se le llama a ese tipo de muerte?

Mi Suelo

Hoy mis zapatos arrastran el pesar de un suelo viejo y abandonado; recorrido una y mil veces por millonadas de pasos y manchado vanamente por las huellas de un pasado inolvidable…
Un suelo por el que una vez corrió el niño en zapatos de goma persiguiendo sueños de noche y luciérnagas en el día… En el que las medias del joven se deslizaron un día patinando sobre el polvo para huir de los problemas… Un suelo untado de aromas de toda clase y olor, que inmortalizan los pasos invisibles del primer amor sobre esa baldosa especial marcada con el recuerdo del primero de los besos.
Ese suelo frío y resistente que soportó el peso de aquél desgraciado iracundo que fuertemente taconeaba sus penas al severo ritmo de un flamenco sin fin. Aquél suelo que fue lavado tantas veces con las lágrimas del triste que a pocos pasos andaba y en los vacíos rincones hacía mella a las huellas que dejaba sepultadas en la oscuridad de su sombra agachada y preocupada por el infeliz que lloraba.
El suelo por el que anduvieron las botas de aquél alegre viajero que se paseaba de lado a lado pisoteando bruscamente y con arraigada alegría mientras repasaba una a una sus aventuras de vida. Suelo que escuchó el chillido de las sillas en las reuniones familiares, donde todos calzaban distinto, pero marchaban iguales. En el que una vez se regaron las huellas de todos aquellos que alguna vez le pasaron por encima, de todo el que ocupó un sitio importante y dejó su marca plasmada; y también de los muchos otros de los que solo queda una marca translúcida casi olvidada.
El mismo suelo en el que alguna vez bailó el amor vestido de príncipe azul, que con porte y elegancia dibujaba el vals del felices por siempre y prometía danzar eternamente y sin descanso hasta el final de los días.
Un suelo que recuerda mi esencia por la forma de mis huellas, el peso de mis zapatos o el sabor agridulce de mi líquida tristeza… Suelo viejo y jamás limpiado que guarda todo mi pasado, que marca mi presente y ansía palpar mi futuro. El que recibió una vez la compañía de tus pasos, que aunque distintos, fueron invitados a compartir todas esas pisadas mías y de los míos, como si fueran tuyas y de los tuyos…
Tus pasos, con los que caminé persiguiendo el mismo norte, aún danzando el vals del amor y todavía vestido de príncipe azul… Creyendo que ahora habría un camino de cuatro pisadas con rumbo a la eternidad.
Ahora solo puedo contemplar… Más allá de la suciedad, las telarañas y las huellas olvidadas, como tus zapatillas se rompen y tus pasos recientes se alejan de mí y te empiezas a fundir entre las pisadas fantasmagóricas… Dejando algunos pasos fuertes que me mueven el recuerdo de cuando andábamos juntos y marchándote, como todos los demás, dejando mis pasos de nuevo en un caminar de dos huellas. Dejando que sea yo mismo quien siga pisando este lugar hasta que haya otro caminante de vida o algún nuevo bailarín que me prometa de nuevo el vals del amor eterno. El que dura hasta el día en que se rompen los zapatos de baile.

Alexander

No obstante la eufonía persistía,
Cuando aquél hombre se resistía,
Pero cuan más no podía,
Terminaba por ceder.

Las notas perturbaban su sueño
Mágicas notas del despertar
Como si no tuviesen un dueño
A quien poder descontrolar.

El frío se tornaba intenso,
Pero yacía una calidez en su centro
Él ya estaba despertando
Y ella seguía cantando.

La voz rompía el letargo
Y la carcasa se abría
No sabía que aquél día
Se fuera él a enamorar.

Fue tan fuerte la pasión,
Que no había remedio alguno
Que hiciera que éste oportuno
Dejárosla de adorar.

La obsesión era tan fuerte
Que decidió para ella
A su ser amado matar.

¡Ten! Tenedlo para siempre
Ya no os lo van a quitar.

Leona

Leona oscura, misteriosa,
Iracunda, libidinosa.
De mirada penetrante,
Haz lujuria con tus ojos
Y enamora mis sentidos…

¡Acércate!
Siente el olor de mis cabellos,
Palpa el sudor de mis manos,
Prueba despacio mi lengua,
Siente el sabor de mi deseo…
¡Bebe de mi lujuria!
Sacia ya tu sed de sexo…

Devórame con pasión los labios
Como lo hiciste aquel día.
Hechízame pronto el cuello,
Hazme sentir tus colmillos.
¡Despacio!... Incrústalos en mí.
Convierte tu placer en el mío…