La estrepitosa ráfaga de granizo que caía agresivamente contra el cristal de mi ventana me despertó de golpe. Me levanté abrumado, sentía que la habitación entera se iba a desmoronar a mi alrededor a causa de la tormenta. Miré el reloj: las nueve y cinco. Me extrañaba que aún no hubiera llegado a casa, pero eso me daba más tiempo de acabar con los preparativos.
Salté de la cama y puse la mesa, ubiqué las velas lo mejor que pude. La sala lucía como las de aquellas películas cursis: había platos italianos, candelabros y pétalos de rosa, lo que le daba un aspecto bastante lujurioso. Saqué el vino tinto de la nevera y dejando la habitación como ella siempre había querido encontrarla alisté mi smoking y me apresuré a tomar una ducha. El que hubieran pasado quince años no implicaba que no pudiera sorprenderla luciendo radiante, como antes.
La percusión del granizo sobre la ventana, el silbido de las gotas de agua saliendo del grifo para luego impactar como teclas de piano sobre el baldosín y el agitar intempestivo de los truenos… Todo hacía armonía perfecta a la canción improvisada que solfeaba, mientras estregaba mi cuerpo desnudo.
Cerré el grifo para poder afeitarme, no quería que mi barba le tallara. No había terminado de cubrirme las mejillas con la crema cuando escuché el estallido de una bala a las afueras del edificio. Estoy seguro de que se trataba de una bala, pese al granizo, el ruido y la tempestad, fue un disparo lo que yo escuché.
Salí de inmediato, me puse lo primero que encontré y corrí descalzo hacia el balcón. Vi su auto rojo estacionado. Pensé lo peor. Bajé las escalas buscando llegar al primer piso, tenía que comprobarlo yo mismo. Frené en seco cuando la vi: empapada, con su traje de coctel rojo, sus piernas largas todas raspadas y los ojos demacrados. Corrió hacia mí y la recibí en mis brazos. ¡Estaba bien!
Detrás de ella podía ver a los celadores corriendo de un lado a otro y hablando por los radio teléfonos. Parecían alterados. No le di mucha importancia y subí con ella al apartamento.
Ella estaba en un silencio perpetuo, no dijo nada, ni siquiera se percató de la mesa y las velas, entró corriendo y se encerró en el baño. Allí estuvo más de una hora, la lasaña se enfriaba y las velas se derretían mientras la oía quejarse, a lo lejos, como si algo la atormentara. Tocaron la puerta, de su parte no hubo respuesta, así que me aproximé a abrir. Era el portero. - Señor Franco, perdone que lo busque a estas horas de la noche, pero la señora Penélope, del 507, ha sido encontrada sin vida adentro del sauna del edificio. Tengo entendido que ella y su esposa eran muy amigas, y la policía requiere de su ayuda para la investigación del caso. Yo estaba atónito ante la noticia, no me lo podía creer. - Por supuesto que cooperaremos, déjeme hablar con Rossana y bajaremos enseguida, le dije. El portero asintió y se fue.
Apagué las velas que aún sobrevivían y llamé a Rossana. – Ross, debo darte una noticia importante, ábreme la puerta cariño. No hubo respuesta. Me cambié la camiseta por un atuendo más prudente y aún con la prenda en la mano la llamé de nuevo. Ya estaba preocupado de que no respondiera, así que abrí la puerta y la encontré desmayada, con la palma de su mano vendada y algo ensangrentada. Me precipité y en cuanto no supe qué hacer noté que en mi camiseta, justo en la espalda, donde ella había puesto su mano para abrazarme había manchas de sangre. – No puede ser. Había sido ella.
Pasaban los días y Rossana seguía en silencio, aterrorizada. Todas las pruebas apuntaban hacia ella, pero yo estaba seguro de que mi esposa era inocente, ella sería incapaz de hacer tal cosa, así que comencé a investigar, pero todo acababa en lo mismo: ella era la culpable.
Penélope y Rossana trabajaban juntas y eran competencia para asumir un futuro ascenso. Por lo que sospechan, mi esposa, siendo víctima de un ataque de celos laborales citó previamente a Penélope, le dio un tiro en la mandíbula y la arrojó en el sauna del edificio, cubriéndola por completo con formol para librarse de la evidencia. Yo me resistía a creer en esa versión de los hechos, es por eso que callé habiendo encontrado entre su ropa interior una pistola, cuya munición, estoy seguro coincidía con la que hallaron en el cuerpo de Penélope; me deshice de la evidencia para que no la inculparan, supongo que eso me convierte en su cómplice. Además callé en cuanto a la sangre de Rossana en mi camisa y traté de disculpar su silencio diciendo que se había visto demasiado afectada por la muerte de su amiga, lo que por fortuna coincidió con las pruebas psicológicas a las que fue sometida. Aun así, ustedes la tienen en sus manos y no hay testimonio que yo pueda dar para seguirla cubriendo.
- Pido la palabra, su señoría. A favor de la señora Rossana Franco, declaro que la versión de los hechos de este hombre es equivocada. Él dice que se despertó a eso de las nueve y cinco, que había mucho ruido, granizo y truenos. Aquella noche sólo estaba lloviendo. Igualmente sucede con el disparo, la hora de la muerte de la víctima pudo determinarse al fin, pese que el asesino tomó precauciones derramando formol sobre el cuerpo. Y efectivamente, la hora de la muerte, con certeza, fue mucho antes de las nueve cero cinco. ¿Quizá el señor Franco estaba bajo alguna sustancia psicoactiva?
- ¡Protesto! Yo no estaba bajo ninguna sustancia, en mi vida lo he estado.
- Prosigo. El estado en que llegó la señora, fue producto de una caída mediante la cual sufrió algunos raspones en las piernas y una cortada profunda en su mano izquierda, pues iba bastante alterada debido a que previamente había tenido una difícil conversación con mi hermana y llegando al edificio se había encontrado con la trágica noticia. Posiblemente todo esto la hizo colapsar y posteriormente desmayarse en el baño, tal cual afirma el señor Franco.
Siempre sospeché que la señora Franco no tenía nada que ver con el asesinato de mi hermana. Además, mediante fuentes, las cuales me reservo, conseguí un diario, en el que claramente suscita que esa tarde del 21 de noviembre estaba dispuesta a contárselo todo a su amiga, puesto que no podía cargar más con el remordimiento. Esto me llevó a profundizar más en el caso y encontré, en el cuarto útil de los Franco, aquella prenda de la que el señor decía, había encontrado manchas de sangre de su esposa. Las analizamos y hallamos que esas manchas coincidían con la sangre de mi hermana, y no solo eso, la camiseta estaba impregnada de formol, tal como el cadáver.
- ¿Usted qué esta insinuando? ¡Yo no la maté! Es cierto, teníamos una relación clandestina, pero yo sería incapaz de matar a alguien, además esa tarde ni siquiera nos vimos. Yo estaba preparando todo para nuestro aniversario.
- Además de la camiseta, encontramos el revólver y algunas notas con la letra de mi hermana. En la escena del crimen se encontraron rastros de golpes, pero en la autopsia no apareció indicio alguno de traumas cefálicos ni de algún otro tipo, salvo el disparo. Por lo tanto decidimos hacerle una tomografía al señor Franco y encontramos rastro de varios traumas fuertes generados adrede. Por consiguiente, su señoría, me atrevo a acusar al señor Franco como el culpable de la muerte, a pesar de que no recuerde nada de lo sucedido y me permito exonerarle los cargos a mi cliente, la señora Franco.